60 aniversario en el penal

BOMBONES PARA EL CUMPLEAÑOS (60 aniversario del PCU en el penal)

Martínez movía las manos mucho más que de costumbre. Afortunadamente nadie nos miraba.
– Lo podemos hacer.
– De acuerdo, entonces. El Flaco dice que él arregla todo en el ala de enfrente. ¿Te hacés cargo de acumular los ingredientes necesarios? Yo hablo con el viejo Pedro. Espero que recuerde algo de su época de dulcero.

La sombra avanzaba junto con la tarde. Apagando un bostezo, el custodia se corrió lentamente hacia el grupo de los que cortábamos al sol el raquítico pasto de fin de invierno.
El tema giró sin pausas al comentario del partido de fútbol del día anterior por el Campeonato Uruguayo, única trasmisión radial que escuchábamos en directo.

Ahora que teníamos el objetivo definido, nos podíamos sentir satisfechos. El aniversario se acercaba, y no sería en nuestra ala como fue en 1979, con pocas charlas individuales y casi ningún hecho visible por el total de compañeros.

Al igual que durante los cuatro o cinco años de clandestinidad, también allí pusimos toda nuestra confianza en el Flaco para que olfateara y nos orientara sobre el máximo posible de acción colectiva.

Aunque él estaba en el ala de enfrente, en donde tenían un nivel de funcionamiento independiente del nuestro.

–Estuve pintando rejas con el Flaco pero no conversamos casi nada porque nos marcaron muy arriba. Eso sí, me dijo que tienen un cumpleaños justo el 21 de setiembre, que es el de Danubio, el profesor de carpintería.

–Bien, yo me fijé en la lista y Emérito cumple el 22 en nuestra ala.

–Nos viene bien lo mismo. Yo les aviso para que no estén desprevenidos si tenemos problemas.
Dejamos la charla para reingresar a jugar al básquetbol contra el equipo que terminaba de ganar. En la cancha de al lado trillaban el Flaco y Humberto Pérez con las cabezas recién rapadas.
El vóleibol no nos gustaba mucho.
Estos dos deportes, con reglas muy precisas, y con cinco y seis jugadores por equipo, cuando generalmente éramos más de treinta, nos obligaban a autolimitarnos.
Como si no alcanzara con todo lo que había. El fútbol, en cambio, nos permitía jugar a todos a la vez si se nos daba la gana, igual que en la calle.

A veces aparecía también en la cancha, Pedrito Aldrovandi, con camiseta del Huracán del Paso de la Arena y más de sesenta años de edad.

Don Pedro, como cariñosamente algunos de los jóvenes le decíamos, cargaba con una hemiplejia casi superada, y con miles de anécdotas jugosas sucedidas en décadas de trajín sindical. Se sumó entusiasmado a la iniciativa, sin perder la oportunidad de decir:
–¡Van a ver lo que es un oficial repostero!

Recién después de días de concretado exitosamente el bombonazo, nos enteramos de toda la verdad. El artesano no fue el oficial repostero.

Fue Miguel de canal 5, su compañero de la 22 izquierda, que entre muchas cosas hacía aviones con hélices que giraban con solo escarbadientes, papel de fumar, goma y un poco de pintura. Nos lo dijo él mismo, casi con vergüenza y una pequeña sonrisa. Agregó que por supuesto, Don Pedro había dirigido todo.

* * *

–Tenemos ya los cuatro paquetes de galletitas, el azúcar, el chocolate y hasta dulce de uva que mandó mi madre como donación especial de mi parte. Falta arrimar la leche en polvo.

–Hoy me dijo William que tienen sobrante en la 13. A los dos les entra en el paquete, pero Emilio Fernández ni la toca porque le está haciendo mal. Es un quilo aproximadamente lo que nos dan.

Dos meses después, el 25 de diciembre de 1980 tuvimos deporte, pero ninguno de los cinco pisos movió las pelotas. Hicimos caminata en las canchas como expresión colectiva de adiós al viejo Emilio, obrero textil con varias décadas de militancia revolucionaria, que en el día de Nochebuena tuvo un mortal ataque al corazón. Los esfuerzos del Dr. Mattos, inquilino de la 15 izquierda, fueron inútiles contra cinco años de omisión de asistencia y otras caducidades.

* * *

Raúl Tost, que me atendía políticamente desde el derrame cerebral de Santamarina, estuvo de acuerdo con la iniciativa desde el principio. No precisábamos más que ese visto bueno para encargarnos de todo.
Se trataba no solo de recordar o de saludarnos. El estado de ánimo se eleva y la convicción se profundiza también con hechos, con acciones políticas.
–Los bombones estarán prontos el día 20. Serán aproximadamente cien para ustedes y cien para nosotros. ¿A quién le pasamos los de ustedes, Flaco?

–Después te digo con mayor seguridad. ¿Te enteraste que volvió el Pepe Martínez? Esta vez fueron ciento cinco días aislado. A poco de llegar a la celda, se prendió a la ventana y nos bocinó un saludo desde el segundo piso "...a los muchachos del tercero...". Mencionó los tangos que le cantamos, y todo lo demás cuando pintamos la isla.
–¡Pensar que es de los que inauguró este antro en 1972 y sigue entero a pesar de pelear los primeros puestos en el ranking de pijeo!

Contagiaba optimismo ver al Pepe enseguida de los islazos, calzarse la camiseta de Progreso, y aunque en forma no muy prolija, pedirlas y correrlas todas en los recreos con fútbol. No olvidaré jamás los nervios que me asaltaron cuando pintábamos con el Flaco uno de los corredores de la isla, y al pasarle un tabaco armado, con fósforos incluidos, por debajo de la puerta, el pucho se trancó.

Canté de apuro las primeras estrofas de "El último organito", y el Pepe recién entonces al reconocernos ayudó al cigarro a pasar. Justo un instante después el custodia apareció a controlar.

* * *

–¿Cómo ve el Flaco la situación represiva aquí en el piso, con respecto al bombonazo?
–Bien Martínez, sigue todo relativamente tranquilo. Por ahora la cosa no la centran acá. El apriete sigue sobre todo en el primer piso, y como siempre en el segundo. Hoy recibí carta. ¿Y vos?

Era difícil hablar de la situación familiar
En general llevábamos la familia bien adentro y mostrábamos solo lo más superficial. Era una de las cuestiones en que más nos atacaban

Buscaban aislarnos del mundo, y los familiares están entre los puentes principales. Cuarenta minutos de visita cada quince días, debían alcanzar para todo tipo de temas familiares y para intercambiar información, tan importante a ambos lados de la alambrada. Hasta los niños debían acatar las órdenes.

A un compañero le suspendieron la visita con el hijo menor, de diez años, por dos meses, porque el gurí le dijo a la oficiala que lo separaba del padre al cumplirse el horario, que cuando él fuera grande, la iba a matar.

* * *

–Martínez, está todo listo para mañana. Me toca repartir el desayuno, así que espero cumplir temprano con la entrega a los compañeros, de la parte que me toca del bombonazo. Me hago cargo de la celda 2 hasta la nueve. Hay que hacer llegar enfrente, el paquete para ellos. Levantá el tuyo y entregá desde la diez hasta la diecisiete. Don Pedro y Miguel se encargan ellos mismos desde la dieciocho hasta la veintiséis. Si algo se tranca habrá que resolverlo sobre la marcha.

–Está todo claro. Levanto lo mío ahora y hago el reparto antes que vos, cuando entregue los bolsos de manualidades celda por celda. ¿Está confirmado que no excluimos a nadie del bombonazo?
–Si tiene mameluco no se salva de festejar con nosotros.

Todo salió como deseábamos. En circunstancias anormales, pero al fin y al cabo en una situación concreta, el milagro se volvió a repetir, como cada 21 de setiembre. Dijeron que por cincuenta años estaríamos destruidos. Además de decir, actuaron.

* * *

Solarich era yugoeslavo. Estuvo en muchos países, siempre trabajando. En ese momento, la edad y las secuelas de las torturas le complicaban la vida, lo mismo que la situación de su compañera presa en Punta de Rieles. Pero la convicción seguía adelante.

Cuando abrí la ventanilla tuve que llamarlo dos veces pues estaba absorto en un libro. Llené los jarros con la cebada del desayuno y le pasé rápidamente los dos bombones para el compañero que no estaba y los dos para él, envueltos que ni de fábrica. Sus ojos claros me interrogaban a través de los lentes.

–Feliz cumpleaños... –le dije, y casi metiendo la cabeza por la ventanilla y muy rápido para que no escuchara el soldado–... compañero. Hoy es 21 de setiembre.

Se le iluminó la mirada al recordar que exactamente sesenta años atrás nacíamos debido a las enseñanzas de la primera revolución socialista triunfante y debido al calor de nuestras luchas obreras.

¡Cuanta expresión hubo en ese apretón de manos al tomar los bombones! Por un instante desapareció hasta el penal de Libertad. Solo dijo:
–Feliz aniversario, camarada.

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